Sin trama y sin final es el título de un pequeño ensayo de Anton Chéjov a propósito del arte de escribir. En este blog se publicarán relatos de menos de doscientas palabras. Quien se atreva podrá mandar su obra a nuestra dirección de correo electrónico: sintramanifinal@gmail.com. Espero que hagamos una buena colección entre muchos.



30.12.11

El negocio de enseñar

por José Carlos Iglesias

No había en todo el Instituto profesor como él, siempre sonriente y dispuesto a ayudar.
Sus clases eran amenas y era tal su influencia sobre los alumnos que todo lo que sugería se adoptaba como norma. Los sábados por la tarde quedábamos para echar un partido de baloncesto: la mejor forma de mantenernos alejados del botellón y los porros.
Los domingos por la mañana tocaba una ruta por el campo: botas, bocadillo y a observar pájaros.  Hasta que le dio los viernes por los talleres de consumo responsable. Nos enseñaba a ahorrar y a no despilfarrar para que después lo aplicáramos en casa.
Ese fue su gran error. Quien no tenía un padre empresario, tenía una madre dependienta o una tía vendedora. Pusieron el grito en el cielo y no pararon hasta cargárselo.
El último día de curso hasta el mismo director le puso mala cara. El negocio es el negocio, le dijo, y se fue a comer junto al resto de profesores, invitado por la editorial en cuyos libros aprenderíamos al curso siguiente.

16.12.11

Todos valen

(Reflexión de la burra del portal de Belén)

por El Zorro Volador.

Viendo que los pastores habían hecho lumbre y asado un cordero tierno para que la familia cenara caliente, que engalanados reyes extranjeros habían traído regalos costosos y deslumbrantes, y que hasta los ángeles se habían hecho presentes y cantaban alegrías tintineantes, aprovechando que el bebé volvía a llorar de frío, el buey le preguntó a la burra, con un mugido ahogado en vergüenza, qué pintaban ellos en aquel establo.

Él ha venido a nuetra casa -rebuznó la penca, sin saber que pasaban a formar parte del Misterio.

11.11.11

Pum.

por Petrarca.


Cada noche a las diez en punto, desde hace ya muchos años, alguien hace estallar un petardo en algún lugar cercano de la ciudad. El estallido irrumpe en casa durante las cenas y habitualmente se queda en ellas convertido en tema de conversación. Igual que el canario, cuando aún lo teníamos, o como esa pintura de la flor violeta que ahora cuelga donde estaba la jaula, allí donde se dirigen las miradas cuando no hay nada que decir. Cuentan que es un hombre viejo y que el petardo le sirve a ese hombre viejo para avisar a sus hijos de que la cena está lista –o, al menos, de que está en proceso de estarlo-, aunque también se ha dicho que es un modo de recordar a su esposa muerta. Si algún día no suena el petardo o si no lo hemos escuchado porque había algo que decir, luego, al primer silencio tras las diez en punto, alguien de la mesa suele echarlo en falta y dice que lo echa en falta y entonces hablamos, igualmente, del aviso para la cena o de la esposa muerta o de que no se sabe muy bien por qué.

26.10.11

Delito.

por Chema Rodríguez

Me veo compareciendo ante este extrañísimo tribunal, porque fui sorprendido mientras intentaba cortar uno de los numerosos hilos que unen mi frágil cuerpo de madera a las manos del titiritero, justo en el  momento en que empecé a sospechar que la vida no es más que eso: un teatro de marionetas en el que nos vemos obligados a actuar a voluntad del cómico.


Ahora tengo el deseo  de apartar de mí la idea de provocar un descarrilamiento del tren, pues estoy dándole vueltas a la sospecha de que la vida pueda ser como el ferrocarril, transcurriendo siempre por los mismos raíles, y cuando esto no ocurre, puede ser una catástrofe.


No quiero verme de nuevo en una situación similar, me dan miedo las togas y los birretes.

13.10.11

El sentido de la vida.

por El Zorro Volador.
 - Blog El Zorro Volador -


- ¿¡¡Qué sentido tiene vivir!!? -grité desesperado a un Dios en el que no creía.

Sonó el teléfono. Al día siguiente empezaría a trabajar de enterrador.

19.8.11

Arrepentimiento.

por Chema Rodríguez.

Cuando se precipitó al vacío, un  instante antes de que su cuerpo impactara contra el suelo, tuvo el tiempo suficiente para darse cuenta de que, quizá, no debería haberse arrojado.

Su razón se nubló de repente, sin darle tiempo a maldecir a los imponderables.

5.8.11

La puta invisible.

por Petrarca.

Llamaron y abrí. No había nadie. Era ella. La hice pasar y cerré la puerta. No le pregunté su nombre. Si la había elegido invisible era, entre otras cosas, para no tener que preguntárselo. Fui a ducharme y volví a la habitación. ¿Dónde se encontraba? La cama estaba deshecha. Atravesada de parte a parte, la almohada fingía ser una mujer dormida. Deslicé mis dedos entre sus pliegues y sentí cómo su calor me acariciaba y desaparecía, cómo contactaba con mi piel y moría tras el contacto. No estaba allí. Antes de que se enfriara su recuerdo lo respiré de entre las sábanas y lo absorbí hasta hacerlo mío. Oí su risa detrás de las cortinas. El sol la iluminó y la traspasó, haciendo que el aire adquiriera a través de su cuerpo una nueva forma y proyectara por todas partes las partes de mujer que a ella le faltaban: en el sillón estaban sus pechos, sobre la estantería su vientre, su sexo sobre el televisor... Si la había elegido invisible era, entre otras cosas, para no tener que verla marchar.

15.7.11

Maleta de lona gris.

por J. P. Lázaro.

No puedo ver mi maleta entre la gente que se agolpa alrededor de la cinta número cuatro.(...)

Así que la espero. Una vez más. Los viajeros me permiten acercarme a la cinta según recogen su equipaje. Varias decenas de personas que al poco son unos cuantos espectadores, menos cada vez hasta que sólo quedamos por allí el último de los equipajes y yo. No es mi maleta de lona gris. Es azul. De material rígido. Recorre solitaria el circuito mientras observo la sala, que ha quedado desierta.   Cuando vuelve a pasar a mi lado la tomo. La bajo al suelo y la abro. Hay un bolso dentro. Contiene efectos personales: documentación, dinero, fotos, llaves... Vuelvo a mirar la cinta, que continúa funcionando vacía de transporte. Echo el último vistazo a la sala.

En eso pienso ahora mientras miro a través de la ventana, mientras una mujer reclama mi atención con interés indecoroso, mientras un niño sentado en el suelo llora o, mejor dicho, me llora..., y pienso que alguna vez tuve una maleta de lona gris y pienso que no, que me llamo Javier Pérez Lázaro y que ese es el tipo que debería estar aquí ahora. Y  que no. Que no sé. Nada.

4.7.11

Rayuela.

por José Carlos Iglesias.
 
Conozco el camino hacia el CIELO. Dijo la maga, cerrando los ojos. Y  esa noche todos nos quedamos petrificados, como estatuas de sal. Como desfilan las ánimas del PURGATORIO. Llovía en París, aguacero de absenta y faroles a media luz que proyectaban sobre los adoquines figuras espectrales.  Las esquinas ululaban historias apócrifas sobre los moradores de la bohemia.Todas las sombras se dirigían en tropel al INFIERNO, pues  era el camino más corto hacia el éxito. La maga quiso hacerle una visita a Jim, el más bello y salvaje. Père-Lachaise quedaba lejos de allí, además, Jim aún no  había regresado de su último viaje a las puertas de la percepción.  En ese momento el mundo empequeñeció, y el argentino intentó perseguir el sonido hiriente de un saxo tenor que sonaba a lo lejos.  Los demás seguimos a lo nuestro: embadurnar paredes,  romper folios, beber la vida… Todos menos el ciego, él jamás sería capaz de atravesar la línea de sombra, de avanzar un poco más allá.


14.5.11

Incertidumbre.


por Chema Rodríguez.
 
Acudió a la consulta de psiquiatría profundamente preocupado, casi abatido. Lo que le había ocurrido podía ser síntoma de alguna enfermedad de difícil diagnóstico, y, consecuentemente de complicado, o tal vez imposible tratamiento.

Cuando, dentro de la consulta, el psiquiatra le indujo a que explicase detalladamente los motivos por los que acudía a su consulta, el paciente fue extremadamente escueto:  - “Creo, doctor, que no soy nadie”.

Extrañado el doctor por tan categórica explicación, le invitó a que manifestase los síntomas que le habían llevado a tal conclusión, si se sentía ignorado por los suyos, o si había perdido su autoestima, necesitaba datos para poder diagnosticar lo mas acertadamente posible el caso planteado por su paciente.

 En sus detalladas explicaciones el paciente reconoció no ser consciente de haber perdido el reconocimiento, la estima, ni el respeto de sus familiares, amigos o compañeros de trabajo, pero le había sucedido algo terrible, inexplicable, que fue lo que le hizo sospechar que algo raro e inusual estaba turbando su espítitu: Mientras esperaba a las puertas de un gran almacén el detector infrarrojo de presencias no le había detectado, y la puerta no se había abierto.

7.5.11

Vestuarios.

por Petrarca.

-¡Qué vergüenza, Paco! ¡Qué vergüenza! Mira en qué poco tiempo nos hemos venido abajo. Ya lo decía yo, ¿te acuerdas? Hace dos años que esto se veía venir pero, por unas cosas o por otras, habíamos resistido. Nos manteníamos, Paco. Ahora las cosas han llegado a un punto… Joder, que casi dan ganas de que se hunda todo. ¡A ver si aprendemos de una vez, coño! Porque los culpables no son sólo ellos. Lo he dicho muchas veces: desde el primero al último todos somos responsables. Ellos por no manejar bien los hilos y nosotros por no desenredarnos. Tú me lo has oído decir muchas veces. Pues, mira, ahí tienes la prueba. Venga al bocadillo, venga al oé oé… ¡Qué desilusión! Vivíamos de rentas y cuando uno vive de rentas más vale rezar para que no se te acabe la suerte. Y trabajar, Paco. Y trabajar. Que aquí hay mucho sinvergüenza. Cuando un barco se hunde las primeras en marcharse son las ratas y los primeros que llegan son los buitres. Ahí los tienes, esperando su turno. Esperando que todo se arregle para volver a estropearlo. Dan ganas de borrarse, Paco. Como perdamos en Anoeta te juro que me borro.

30.4.11

Vuelta a casa II.

por J.P. Lázaro

No soñaba. Estaba obligado a dejar de hacerlo. Pudo sentirlo aún en el otro lado. Pudo sentir lo definitivo de aquellos últimos instantes plácidos que debía dejar atrás urgentemente. Bajarse en marcha, saltar sobre suelo firme a pesar de los riesgos. Asuntos pendientes afuera. 

Pudo abrir los ojos, aún atrapado en  una voluntad que sentía prestada. Pero en la habitación de ella, recordó sobresaltado. Y del otro él. Explicablemente solo sin poder explicárselo primero. Enseguida sin querer explicárselo. Dudó entre desperezarse con urgencia y esperar un poco para reunir fuerzas antes de emprender la huida necesaria.  Tenía que salir de allí cuanto antes. Y con los pies en el suelo ya no pensó más: actuó deprisa, ya plenamente consciente se vistió, de manera atropellada recogió del suelo los cristales rotos aunque evitó cortarse con ellos,  y apenas tuvo que alisar un poco la colcha sobre la que había amanecido. La acción se desarrolló ligera hasta llegar a un punto a partir del cual ya sólo quedaba salir de allí para no haber estado nunca.

24.4.11

Me atrevo a decirte esto en doscientas palabras.

por The driver.

Me atrevo a decirte esto en doscientas palabras. Doscientas…, es tan poco si te lo pones a pensar. Es menos de lo que esperaba, menos de lo que pienso que necesitaré. Menos de lo que alcanza y definitivamente, menos de lo que te merecés.
Doscientas palabras es poco, ya lo sé, ni me lo digas. No te alcanza y me desespera. Me desespera pensar que, al igual que hoy y mis doscientas palabras, jamás he sido suficiente. Que siempre me que quedado corta, que nunca llegué a ser lo que pensaste que sería, que pretendías más, y en tanto pretender, desear, pedir, rogar a veces, no he podido colmar tus expectativas.
No, no, claro, está claro que no significás simplemente doscientas palabras, si no, no intentaría decirte lo que planeo decirte, no tengo más, quisiera más, pero es todo lo que tengo. No me presiones, ¡por Dios!, no me presiones.
“Prometo que algún día escribiré sobre esto”.
(Inserte aquí su canción melancólica favorita, la mía, él la sabe bien)
Se produce entonces un silencio que sofoca, que asfixia, que de a poco va matando, va marchitando  la realidad cercana.
“Esto es raro, sólo necesité siete, pensé que serían más”

15.4.11

Conversación silenciosa.

por Sybila Layna


Tenía por delante un día complicado. Se encerró en sus pensamientos mientras iba andando por la calle con sus hijos cogidos de la mano. Uno a cada lado, el paso firme y apresurado. Dispuesta a encarar el día. Notó un “clic”, un apretón fuerte y rápido en su mano derecha. Devolvió  el apretón, “clic”, y sonrió. Pasó la corriente a su mano izquierda, hizo “clic” y notó como esa otra manita le devolvía el apretón. Sonrió de nuevo. La energía fluía a través de ellos mientras seguían jugando a "pasarse la corriente". Sus pequeñas manos le brindaron la conversación que necesitaba oír, una inmejorable conversación silenciosa, intensa y profunda.

9.4.11

El pozo.

por Jlin.

La leyenda entorno al pozo era tan antigua como la aldea y de aquella negra boca excavada en piedra se contaban todo tipo de historias. Un puñado de retorcidos y centenarios árboles moribundos rodeaban el círculo de piedra. Asomarse al pozo tratando de hollar su insondable negrura, era asomarse al interior de uno mismo. Unos se dejaban la cordura en el intento, otros, menos afortunados, la vida misma.
Jasón se aproximó con cautela mientras un escalofrío le recorría la espalda. El silencio, roto ocasionalmente por el crujir gimiente de los árboles, daba miedo por antinatural y el hedor proveniente del interior del pozo lo impregnaba todo. Avanzó indefenso, arrastrado por su propio deseo, respirando a duras penas bocanadas de aquella negrura que emanaban de la sima envolviéndole con su manto. Jasón creyó escuchar risas infantiles, macabras, a su alrededor. Frente a él se abría el pozo, más negro que la propia oscuridad. Tras él, un aliento gélido en la nuca le hizo cerrar los ojos. Del agujero ascendían tétricos crujidos, gemidos dolientes y gritos de puro terror que se elevaban inmisericordes helándole la sangre en las venas.
¿Cuánto tiempo duraría aquello? Horas. Minutos. La eternidad tal vez.

1.4.11

Paradoja.

por Chema Rodríguez.   

La población de reses bravas mayores de cuatro años estaba convocada a las urnas. Debían pronunciarse, en referéndum, sobre la supresión de la fiesta nacional, plasmada en el espectáculo denominado “corridas de hombres”.
     La campaña electoral discurrió de la forma más pacífica que pueda imaginarse, pues a los numerosísimos mítines convocados no acudió ni una sola res, por lo que los “mugidores” , partidarios de una u otra opción, no pudieron decir un “mu” a favor o en contra de las opciones sometidas a refrendo.
     El resultado fue espectacular, y digno, por su particularidad, de figurar en los anales de la historia de la democracia y de los tratados políticos: Cero votos para el sí, ningún voto para el no, no se registraron votos en blanco, ni tampoco votos nulos, toda la población optó por la abstención, siendo ésta la primera vez en la historia en la que se daba tal resultado.
     La población de reses, en lugar de ir a las urnas, decidió masivamente, mediante una especie de pacto tácito, permanecer en las dehesas y pastizales mugiendo sobre la complejidad de la “condición vacuna”.

25.3.11

Cariño.

por Petrarca

De buena mañana, una mujer joven va por la calle empujando el carrito de su hijo de tres o cuatro años. Hace frío y justo cuando paso cerca de ellos la mujer deja de empujar, se adelanta al carro, se agacha a la altura de su hijo y comienza a arreglarle ordenadamente la chaqueta. La estira por debajo, la recoloca por arriba y, finalmente, le da al niño un cálido y prolongado beso en su mejilla izquierda. Al apartarse los rostros, el niño mira extrañado a su madre:

-No te vayas -le suplica.

Ella sonríe.

-No me voy, cariño. Te he dado un beso porque me ha dado la gana.

18.3.11

Adiós.

por J. P. Lázaro.

Decidió, al fin, que nunca más volvería a verla, pero a ella le pareció lo lógico.

11.3.11

Noticia.

por Arrecogiendobellotas.

Llevaba rato sentado en su sillón de lectura, gigantescas estanterías le rodeaban repletas de libros, mezcla perfecta de olor a madera, cuero y papel. Levantándose con una agilidad impropia de su edad, se dirigió hacia la que contenía varias ediciones del Quijote y cogió un ejemplar, ni el más lujoso ni el más caro. Sobre la austera mesa de trabajo lo abrió y en la primera hoja que aparecía en blanco comenzó a escribir. Se podía escuchar el rasgueo relajante de la vieja pluma Parker.
Enroscó el tapón, guardó la estilográfica en el bolsillo interior de su chaqueta y el volumen del Quijote en un pequeño maletín de color impreciso, donde llevaba algo de ropa cómoda y la bolsa de aseo. Frente al gigantesco espejo del recibidor se retocó el nudo de la corbata. En la mano izquierda la pequeña maleta, en la otra el bastón. Sin mirar atrás, con paso lento y elegantemente medido, Sebastian Foeder salió de su casa.
Los libros sólo cuentan que el cinco de febrero de mil novecientos ochenta y uno el prestigioso artista desapareció.
No deja de ser una clase de fortuna conocer cuál es la hora de retirarse. Como un viejo elefante.

4.3.11

Vueltas.

por Jlin.

Diez años dando vueltas a la manzana y nunca dio signos de cansancio. La gente se había acostumbrado a verlo pasar, cada veinte minutos una vuelta,  puntual como un reloj marcando las horas. Al principio le tomaron por loco, que menos. Luego le adoraron como parte de su rutina. Armando, el camarero, le tenía preparado un café con ensaimada todos los días a las ocho en punto. A la vuelta siguiente recogía el periódico en el quiosco de Pepe, lo leía en un par de giros y lo devolvía. A gritos comentaban la jornada de Liga o las principales noticias del día. Gran tipo ese Pepe que nunca le cobró un euro por leer la prensa. Los de la casa de comidas para llevar, aprovechando el tirón de su popularidad, le daban de comer y cenar. En la tienda de deportes le surtían de zapatillas que cambiaba con maestría sin detener su inexorable marcha. Así con todo. Hasta dormía caminando mientras alguien le cubría con una manta para protegerle del frío. Le querían. Su inexplicada ausencia cambió la vida del barrio. Cerraron negocios y la gente su marchó. Sólo Armando siguió preparando su café con ensaimada recordando tiempos mejores.

1.3.11

Ella.

por Blanca Gallego Luquero
- Galería de fotos -

Cuando la vi por primera vez me daba la espalda, pero su culito respingón y ese movimiento de caderas me hicieron saber que no era totalmente ajena a mi presencia. Para mi fue amor a primera vista. Sin remedio ya cuando, en nuestro segundo encuentro, encontró la manera de frotarse a mí como una hembra en celo. Sus ojos de caramelo tostado y la suavidad de su melena entre morena y pelirroja hicieron el resto.

La primera vez que vino a casa para quedarse a dormir, la llevé, por prudencia, a la habitación de invitados. Pero prefirió la mía. Desde entonces compartimos dormitorio, pero nunca cama.

Alegre y caprichosa, siempre fiel y a veces terca, con una paciencia sin límites o una rabiosa impaciencia, según las circunstancias, ha sido mi compañera de correrías y aventuras, con una entrega sin reservas. Además, dulce y cariñosa, nunca cuestiona lo que digo ni lo que hago. Podéis pensar que no me la merezco, yo también lo creo.

Su mirada de adoración y sus húmedos besos han sido un bálsamo en los peores momentos de mi vida.

Así es ella, todo eso y mucho más. Mi perra, feliz simplemente por estar conmigo.

25.2.11

Un cuento de cuchillos.

por The driver.

Enjuga lágrimas de felicidad extrema y si se preguntara por qué desea llorar, no lo sabría contestar. Quizás te haya esperado bastante tiempo o sólo el suficiente y tu imagen, asesino, la conmueve. Ya la has matado tantas veces que no siente dolor. Entonces aparece la imagen de tu cuchillo que se clava en sus entrañas y deja brotar litros de sangre pura e inocente que sólo buscan saciar la necesidad de que el cuchillo se mantenga adentro. Es la primera vez que una víctima desea la muerte misma como camino a la salvación. Brota la sangre negra y mientras ella cae y se mancha en el charco de su prosperidad, vos te alejas bajo las sombras y te sentís vencedor invencible.

Juntar gota a gota la sangre será entonces lo único que la mantenga viva hasta el día en que decidas asesinarla de nuevo y entonces ella se deje matar, tan fácilmente que hasta cree que lo está haciendo mal.

22.2.11

Funeral.

por Chema Rodríguez.

Zánatos se retorcía con ostensibles gestos de dolor sobre un charco  de sangre. Varios desconocidos le habían propinado cuchilladas, mortales de necesidad, frente al número 13 del callejón Bios, a los pocos segundos, expiró.

A la capilla ardiente acudió una auténtica multitud de personas en nombre propio, y representantes de diversas instituciones. En los rostros de todos ellos aparecía perfilado un extraño rictus, muy semejante a una sonrisa. No sabrían explicar porqué se sentían extrañamente complacidos al observar que, dentro del féretro, tan sólo había una capa negra con capucha y una desafilada guadaña.

18.2.11

Apocalipsis.

por El zorro volador.
(Blog El zorro volador)

Tomábamos unas cañas de mediodía cuando la luz que entraba por las ventanas del bar se intensificó hasta dejarnos ciegos. Sorpresa aparte, no sentimos dolor. Una vez recuperada la visión, nos encontramos entre una muchedumbre desconcertada, cuyo murmullo iba en aumento. Estábamos sobre un acantilado. Las olas al romper sonaban como artillería pesada, sin embargo, el abismo era tal que el mar sólo se intuía. A lo lejos, culminando una escalinata, un trono blanco, desprovisto de adornos. Gárgolas sin ojos nos sobrevolaban, acariciando las cabezas con sus uñas de pizarra. "No temáis", susurraban en varios idiomas, "Es el Juicio Final". Dos de ellas pasaron portando al Entumido. "Lo que le faltaba", pensé. Nació contrahecho y creció avergonzado. Desde crío fue blanco permanente de nuestras burlas. “Nunca supo defenderse, el infeliz. Le está bien empleado”. Lo posaron sobre el trono, cuyo respaldo se alzaba hasta perderse entre nubes anaranjadas. Levantó una mano y las gárgolas acudieron. Sonrió.

15.2.11

Cien.

por Petrarca.

La próxima vez le daría cien besos. Cien justos. Así, le dijo, sería fácil sacar la estadística y descubrir la proporción con que le atraía cada parte de su cuerpo. Le adelantó que dedicaría el 70% de los besos a su parte frontal, el 20% a su parte trasera y el 10% restante a sus laterales. Pero añadió que no estaba seguro del todo y que, probablemente, convendría utilizar un rotulador para delimitar las zonas. A ella le entró la risa. Luego él le informó de que no sabría por dónde empezar, que quizá el instinto le llevaría a algún lugar entre la sien y la clavícula derechas... Pero que eso dependería. Luego estaría más claro: descendería, poco a poco, evitando las zonas comprometidas que, por supuesto, dejaría para el final. Otra duda importante era cuándo besarla en la boca. Él dudaba si hacerlo entre el 86 y el 90 o entre el 91 y el 95. Serían cinco, eso parecía claro. Una buena proporción -según su criterio- teniendo en cuenta que lo demás también estaría disponible. Ella cambió de tema sin preguntar dónde recibiría los últimos cinco o diez besos y la conversación se dirigió hacia sus vacaciones respectivas.

11.2.11

Otro tiempo.

por J. P. Lázaro.


A Raquel


Aún no entendía por qué le había dicho que sí y  pensaba la cuestión preocupado. Seguía sentado en la mecedora y con un libro de la mano. Un poemario que sólo una vez había abierto en toda la tarde. Ni una sóla estrofa terminada. Esa noche había quedado con su mujer para tomar unas copas por ahí, nada extraordinario salvo por su finalidad: recordar los viejos tiempos en los que empezaron a salir juntos.

Agua pasada, amigo, se decía con el libro cerrado pendiendo de la mano, abandonado. Dio un largo trago de la cerveza que tenía en la mesita de al lado y decidió que hablaría con ella en cuanto llegara. No recordarían viejos tiempos, aquel tiempo de felicidad comprimida, siempre a punto de estallar y que quedó muy atrás. Con la locura previsible del enamoramiento, cuando eran dirigidos hacia un fin que se les ocultaba entonces, desorientados.

Este otro tiempo, reposado, era mejor. Ahora se conocían. Tomó el libro de nuevo y leyó, satisfecho: Arrepintámonos de todo, amor, tengo un puñal que clavar en el centro de La Tierra.

8.2.11

La imagen.

por Jlin

Andaba yo barruntando qué sería aquello ¿Estaba vivo o era tan solo una triste engañifa, una patética ilusión de vida? Nada. Igual no era nada. Quién sabe, cosas más raras se han visto. Lo cierto es que tampoco sabía muy bien qué narices hacía yo allí, frente a aquel lo que fuese. Miraba, escudriñaba y me esforzaba tratando de desentrañar el misterio de la imagen que tenía ante mí. Una imagen que, por cierto, parecía tener tanto interés en mí como yo en ella.  En un momento dado me pareció oír un susurro, una silenciosa maldición blasfema, eco tal vez de la mia propia. Pese a mi reconocida gallardía debo admitir que un amago de temor, miedo incluso, trepó por mi espina dorsal mascullándome al oído que me fuera. Lo cierto es que no suelo hacer caso de las voces que resuenan en mi cabeza pero aquella vez hice una excepción,  di media vuelta y salí a toda prisa del cuarto de baño olvidando apagar las luces del espejo.

4.2.11

Metamorfosis.

por Chema Rodríguez.


-  A mi, sin duda, -le decía el ensayo a la novela, mientras tomaban unos marcapáginas en una biblioteca-  cuando más me gusta leer al género humano es cuando celebran el solsticio de invierno, y lo que ellos denominan “carnes tolendas”, que es cuando, respectivamente, se quitan y se ponen las máscaras que ocultan sus verdaderas intenciones.
-  Cierto -replicó la novela-, si los humanos no tuviesen esa enorme facilidad para mutar sus intenciones y comportamientos tal vez  dejarían de sentir la predilección que siempre muestran por nuestro buen amigo el cuento.

2.2.11

La contradicción.

por Álvaro Gómez Sastre
(La Puta Élite)


Al girar mi cabeza miré sus ojos penetrantes, llenos de fuego. El viento hacía bailar su melena de oro que rozaba mis mejillas caprichosamente. Observé su físico, sus músculos bien formados, su espalda marcando una estructura ósea perfecta, digna de un dios. No pude evitar sonreir, halagado, mientras una criatura tan hermosa me devoraba.

29.1.11

Madera Mojada.

por David Pérez Vega.

La lluvia se ha aliado con él. Duró poco el intenso placer de sentir su retroceso ante el fuego de la antorcha. Algo tan simple que sólo una desesperación básica, primitiva, me llevó a imaginar. Pero ya nada prende. La madera de la casa está hinchada y fría como un ahogado. Llueve. Oigo el tamborileo del agua y cómo se arrastra tras la puerta. Ya no puedo permanecer aquí. La madera podrida del ventanuco cede y me alzo hasta que mis manos se aferran a la tierra húmeda. Con lo que he adelgazado, ahora consigo pasar por ahí sin dificultad. Los árboles se desdibujan entre la lluvia y el vapor. Corro, reuniendo todas mis fuerzas. Pronto será de noche. Desde las entrañas de la casa aflora una carcajada inmensa, aguda, casi humana.

22.1.11

El último desengaño.

por Blanca Gallego Luquero.
(Galería de Fotos.)

Ella estaba de vuelta de todo, se había enamorado muchas veces, y se había jurado, por enésima vez, que ya no más.
Pero en una tarde tormentosa de verano apareció él, esperándola desde siempre, con su perro, con su cara de mártir, su voz rasposa y sus modales de hidalgo. Y entró en su vida, a la fuerza, derribando barreras a golpes de cariño ¿Quién se resiste a ser querida y a poder querer sin miedo? Y la ocupó por completo. Fueron unos años, eternos y fugaces, de absoluta felicidad, colmada hasta la saciedad, inmune a todo mal, bebiendo el amor a grandes tragos y con cada minuto de cada día lleno de emociones.
Hasta que todo se derrumbó. Y él se marchó con su antigua cara de mártir, su misma voz rasposa y sin sus modales de hidalgo, dejándole una perra y un montón de fotografías. Él recuperó la seguridad de su antigua vida, pero ella no supo dar marcha atrás y se quedó en un mundo gris.
Y el corazón de la muñeca, esta vez, se rompió para siempre. Pero ¿a quién le importa?

15.1.11

El ticket.

por El Zorro Volador 
(blog El zorro volador)

Fueron seis años de matrimonio excelentes. No quiso hijos pero me lo compensó con creces: aceptó mis salidas, coqueteos, negocios fracasados... hasta se entregó al sexo como yo deseaba. Absorto en mi propia felicidad, no me percaté de su creciente indiferencia. Paulatinamente nos fuimos distanciando, sin explicaciones. Dejamos de hablarnos. Los amigos comentaban a nuestras espaldas, algún rumor me llegó. No lo soporté: un día tomé la decisión de devolverla. En el sex-shop me exigieron el ticket de compra ¡Ni siquiera sabía si lo conservaba! El divorcio y su engorroso papeleo. Buscaría un abogado.

7.1.11

La quiebra.


Helton Co. estaba a punto de desaparecer. La causa, en opinión de los principales accionistas, eran las extravagancias del viejo Helton, un loco que no sólo vestía como ellos y hablaba como ellos sino que, además, pretendía ser y actuar como ellos. Gregor Helton no admitía tratos de favor. Su despacho debía ser igual que todos los despachos, su mesa como las mesas del resto, su silla idéntica a todas las demás. Esto suponía gravísimos inconvenientes para el negocio, pero Gregor Helton era el jefe y nadie osaba contradecirle.

El 12 de abril la cúpula directiva iba a celebrar una reunión de gran importancia cuyo principal asunto sería el de la posibilidad de declarar la bancarrota. Gregor Helton fue el último en acudir. Al entrar en la sala de reuniones su enorme cuerpo destrozó la puerta, sus formidables patas quebraron las baldosas y, en su intento de sentarse con los aterrorizados accionistas, convirtió mesa y asientos en un desperdigado cúmulo de maderos y astillas.

-Arreglen esto para la próxima reunión -dijo, levantando con su habitual elegancia la trompa y recogiendo su sombrero marrón de entre los escombros-. Hasta pronto, señores.

Y Gregor Helton salió por donde había entrado.

1.1.11

Vuelta a casa.

por J. P. Lázaro

No encontró el interruptor de la luz. La penumbra llenaba el salón y pudo masticar algo de su aire. Deslizó un dedo por el canto de una gran librería que adivinó a su izquierda: cubierta de polvo. Dónde estoy, se preguntó inquieto.

Avanzó con lentitud y sin decisión, a pasos mudos sobre la  madera. Trataba de encontrar una razón y oyó ruidos que provenían del fondo. Se paró a escuchar y afiló  la mirada en la dirección del corredor que seguía, para descubrir una luz leve, un resplandor discreto que tampoco podía ser.

Quiso volver afuera y  lo hizo tropezando con mil objetos que no había percibido. Cayó envuelto en un escándalo delator aunque pudo arrastrarse hasta la salida. Tras cerrar la puerta a su espalda respiró  con ansiedad el aire de la calle.

Aún con el susto en el cuerpo pensó que  entonces, cuando entrara de nuevo, su casa sería la de siempre. Luego palpó los bolsillos del pantalón y descubrió que había perdido las llaves. Que se las había dejado adentro.