Sin trama y sin final es el título de un pequeño ensayo de Anton Chéjov a propósito del arte de escribir. En este blog se publicarán relatos de menos de doscientas palabras. Quien se atreva podrá mandar su obra a nuestra dirección de correo electrónico: sintramanifinal@gmail.com. Espero que hagamos una buena colección entre muchos.



29.1.11

Madera Mojada.

por David Pérez Vega.

La lluvia se ha aliado con él. Duró poco el intenso placer de sentir su retroceso ante el fuego de la antorcha. Algo tan simple que sólo una desesperación básica, primitiva, me llevó a imaginar. Pero ya nada prende. La madera de la casa está hinchada y fría como un ahogado. Llueve. Oigo el tamborileo del agua y cómo se arrastra tras la puerta. Ya no puedo permanecer aquí. La madera podrida del ventanuco cede y me alzo hasta que mis manos se aferran a la tierra húmeda. Con lo que he adelgazado, ahora consigo pasar por ahí sin dificultad. Los árboles se desdibujan entre la lluvia y el vapor. Corro, reuniendo todas mis fuerzas. Pronto será de noche. Desde las entrañas de la casa aflora una carcajada inmensa, aguda, casi humana.

22.1.11

El último desengaño.

por Blanca Gallego Luquero.
(Galería de Fotos.)

Ella estaba de vuelta de todo, se había enamorado muchas veces, y se había jurado, por enésima vez, que ya no más.
Pero en una tarde tormentosa de verano apareció él, esperándola desde siempre, con su perro, con su cara de mártir, su voz rasposa y sus modales de hidalgo. Y entró en su vida, a la fuerza, derribando barreras a golpes de cariño ¿Quién se resiste a ser querida y a poder querer sin miedo? Y la ocupó por completo. Fueron unos años, eternos y fugaces, de absoluta felicidad, colmada hasta la saciedad, inmune a todo mal, bebiendo el amor a grandes tragos y con cada minuto de cada día lleno de emociones.
Hasta que todo se derrumbó. Y él se marchó con su antigua cara de mártir, su misma voz rasposa y sin sus modales de hidalgo, dejándole una perra y un montón de fotografías. Él recuperó la seguridad de su antigua vida, pero ella no supo dar marcha atrás y se quedó en un mundo gris.
Y el corazón de la muñeca, esta vez, se rompió para siempre. Pero ¿a quién le importa?

15.1.11

El ticket.

por El Zorro Volador 
(blog El zorro volador)

Fueron seis años de matrimonio excelentes. No quiso hijos pero me lo compensó con creces: aceptó mis salidas, coqueteos, negocios fracasados... hasta se entregó al sexo como yo deseaba. Absorto en mi propia felicidad, no me percaté de su creciente indiferencia. Paulatinamente nos fuimos distanciando, sin explicaciones. Dejamos de hablarnos. Los amigos comentaban a nuestras espaldas, algún rumor me llegó. No lo soporté: un día tomé la decisión de devolverla. En el sex-shop me exigieron el ticket de compra ¡Ni siquiera sabía si lo conservaba! El divorcio y su engorroso papeleo. Buscaría un abogado.

7.1.11

La quiebra.


Helton Co. estaba a punto de desaparecer. La causa, en opinión de los principales accionistas, eran las extravagancias del viejo Helton, un loco que no sólo vestía como ellos y hablaba como ellos sino que, además, pretendía ser y actuar como ellos. Gregor Helton no admitía tratos de favor. Su despacho debía ser igual que todos los despachos, su mesa como las mesas del resto, su silla idéntica a todas las demás. Esto suponía gravísimos inconvenientes para el negocio, pero Gregor Helton era el jefe y nadie osaba contradecirle.

El 12 de abril la cúpula directiva iba a celebrar una reunión de gran importancia cuyo principal asunto sería el de la posibilidad de declarar la bancarrota. Gregor Helton fue el último en acudir. Al entrar en la sala de reuniones su enorme cuerpo destrozó la puerta, sus formidables patas quebraron las baldosas y, en su intento de sentarse con los aterrorizados accionistas, convirtió mesa y asientos en un desperdigado cúmulo de maderos y astillas.

-Arreglen esto para la próxima reunión -dijo, levantando con su habitual elegancia la trompa y recogiendo su sombrero marrón de entre los escombros-. Hasta pronto, señores.

Y Gregor Helton salió por donde había entrado.

1.1.11

Vuelta a casa.

por J. P. Lázaro

No encontró el interruptor de la luz. La penumbra llenaba el salón y pudo masticar algo de su aire. Deslizó un dedo por el canto de una gran librería que adivinó a su izquierda: cubierta de polvo. Dónde estoy, se preguntó inquieto.

Avanzó con lentitud y sin decisión, a pasos mudos sobre la  madera. Trataba de encontrar una razón y oyó ruidos que provenían del fondo. Se paró a escuchar y afiló  la mirada en la dirección del corredor que seguía, para descubrir una luz leve, un resplandor discreto que tampoco podía ser.

Quiso volver afuera y  lo hizo tropezando con mil objetos que no había percibido. Cayó envuelto en un escándalo delator aunque pudo arrastrarse hasta la salida. Tras cerrar la puerta a su espalda respiró  con ansiedad el aire de la calle.

Aún con el susto en el cuerpo pensó que  entonces, cuando entrara de nuevo, su casa sería la de siempre. Luego palpó los bolsillos del pantalón y descubrió que había perdido las llaves. Que se las había dejado adentro.