por J. P. Lázaro.
No puedo ver mi maleta entre la gente que se agolpa alrededor de la cinta número cuatro.(...)
No puedo ver mi maleta entre la gente que se agolpa alrededor de la cinta número cuatro.(...)
Así que la espero. Una vez más. Los viajeros me permiten acercarme a la cinta según recogen su equipaje. Varias decenas de personas que al poco son unos cuantos espectadores, menos cada vez hasta que sólo quedamos por allí el último de los equipajes y yo. No es mi maleta de lona gris. Es azul. De material rígido. Recorre solitaria el circuito mientras observo la sala, que ha quedado desierta. Cuando vuelve a pasar a mi lado la tomo. La bajo al suelo y la abro. Hay un bolso dentro. Contiene efectos personales: documentación, dinero, fotos, llaves... Vuelvo a mirar la cinta, que continúa funcionando vacía de transporte. Echo el último vistazo a la sala.
En eso pienso ahora mientras miro a través de la ventana, mientras una mujer reclama mi atención con interés indecoroso, mientras un niño sentado en el suelo llora o, mejor dicho, me llora..., y pienso que alguna vez tuve una maleta de lona gris y pienso que no, que me llamo Javier Pérez Lázaro y que ese es el tipo que debería estar aquí ahora. Y que no. Que no sé. Nada.