por Chema Rodríguez.
Acudió a la consulta de psiquiatría profundamente preocupado, casi abatido. Lo que le había ocurrido podía ser síntoma de alguna enfermedad de difícil diagnóstico, y, consecuentemente de complicado, o tal vez imposible tratamiento.
Cuando, dentro de la consulta, el psiquiatra le indujo a que explicase detalladamente los motivos por los que acudía a su consulta, el paciente fue extremadamente escueto: - “Creo, doctor, que no soy nadie”.
Extrañado el doctor por tan categórica explicación, le invitó a que manifestase los síntomas que le habían llevado a tal conclusión, si se sentía ignorado por los suyos, o si había perdido su autoestima, necesitaba datos para poder diagnosticar lo mas acertadamente posible el caso planteado por su paciente.
En sus detalladas explicaciones el paciente reconoció no ser consciente de haber perdido el reconocimiento, la estima, ni el respeto de sus familiares, amigos o compañeros de trabajo, pero le había sucedido algo terrible, inexplicable, que fue lo que le hizo sospechar que algo raro e inusual estaba turbando su espítitu: Mientras esperaba a las puertas de un gran almacén el detector infrarrojo de presencias no le había detectado, y la puerta no se había abierto.