por Mikel Aboitiz.
- Blog La lengua salvada -.Por fin quietas. Las agujas ya no avanzarían dictando las horas, oprimiendo, angustiando. Podría demorarse cuanto quisiera antes de la entrega. No más agobios y sudores. De pensar en ello le entró una risa floja que escondió tras la palma de la mano. Comprobó por encima del hombro que ninguno de sus compañeros (¿compañeros? ¡Sabandijas!) le miraba. Consultó de nuevo el reloj y arrancó a carcajearse sin disimulo. El tiempo estaba detenido: podía pasar de la entrega de las 14:05, 14:20 y... Se dobló de la risa. Le hicieron corro. Alguien sentenció con un deje de pena:
– Se ha cargado el reloj.