por José Carlos Iglesias
No había en todo el Instituto profesor como él, siempre sonriente y dispuesto a ayudar.
Sus clases eran amenas y era tal su influencia sobre los alumnos que todo lo que sugería se adoptaba como norma. Los sábados por la tarde quedábamos para echar un partido de baloncesto: la mejor forma de mantenernos alejados del botellón y los porros.
Los domingos por la mañana tocaba una ruta por el campo: botas, bocadillo y a observar pájaros. Hasta que le dio los viernes por los talleres de consumo responsable. Nos enseñaba a ahorrar y a no despilfarrar para que después lo aplicáramos en casa.
Ese fue su gran error. Quien no tenía un padre empresario, tenía una madre dependienta o una tía vendedora. Pusieron el grito en el cielo y no pararon hasta cargárselo.
El último día de curso hasta el mismo director le puso mala cara. El negocio es el negocio, le dijo, y se fue a comer junto al resto de profesores, invitado por la editorial en cuyos libros aprenderíamos al curso siguiente.
Me recuerda al inicio de Annie Hall de Woody Allen, cuando recuerda, en su infancia, a sus profesores pintorescos, un saludo.
ResponderEliminarHola, Roger, bienvenido a Sin Trama Y Sin Final. José Carlos Iglesias es un autor interesante.
ResponderEliminarComo te sigo y te leo en tu estupendo espacio aprovecho para invitarte a participar de este sitio, así que si te apetece ya sabes: 200 palabras máximo.
Feliz año.
El gangsterismo de las editoriales con sus felaciones administrativas anexas deberían imponerse como género literario.
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