por Petrarca.
Si su vida dependiese de un interruptor le habría matado cien veces. Sin reflexión. Sin acciones previas. Una leve presión hacia abajo. Clac. Sin tiempo para arrepentirse. Por cada paliza: clac. Por cada grito: clac. Por cada amenaza: clac. Las caricias punzantes. Los besos viscosos. Las humillaciones disfrazadas. Clac. Clac. Clac. Si su vida dependiese de un interruptor habría disfrutado matándole cien veces. Se habría divertido como cuando era niña, encendiendo y apagando las luces de su mundo. En aquel tiempo su inocencia se había satisfecho en el descubrimiento de los espacios de su felicidad: su cama, sus juguetes, sus dibujos, sus libros, su ropa... Ahora disfrutaría viendo desaparecer, una y otra vez, hasta cien, el único motivo de su miseria. Él. Clac. Muerto. Si su vida dependiese de un interruptor... Pero no, no dependía, y ella era tan consciente de la imposibilidad que jamás pensó en matarle ni en cuánto habría disfrutado matándole una y otra vez, hasta cien, sin reflexión ni acciones previas, con una leve presión hacia abajo. La vida tenía sus ritmos y en ellos se incluía el lento, lentísimo, del asesinato. El fundido en negro interminable. La imagen crecientemente brumosa. La agonía prolongada. Clac. Muerta.