Sin trama y sin final es el título de un pequeño ensayo de Anton Chéjov a propósito del arte de escribir. En este blog se publicarán relatos de menos de doscientas palabras. Quien se atreva podrá mandar su obra a nuestra dirección de correo electrónico: sintramanifinal@gmail.com. Espero que hagamos una buena colección entre muchos.



26.3.12

Clac.

por Petrarca.

Si su vida dependiese de un interruptor le habría matado cien veces. Sin reflexión. Sin acciones previas. Una leve presión hacia abajo. Clac. Sin tiempo para arrepentirse. Por cada paliza: clac. Por cada grito: clac. Por cada amenaza: clac. Las caricias punzantes. Los besos viscosos. Las humillaciones disfrazadas. Clac. Clac. Clac. Si su vida dependiese de un interruptor habría disfrutado matándole cien veces. Se habría divertido como cuando era niña, encendiendo y apagando las luces de su mundo. En aquel tiempo su inocencia se había satisfecho en el descubrimiento de los espacios de su felicidad: su cama, sus juguetes, sus dibujos, sus libros, su ropa... Ahora disfrutaría viendo desaparecer, una y otra vez, hasta cien, el único motivo de su miseria. Él. Clac. Muerto. Si su vida dependiese de un interruptor... Pero no, no dependía, y ella era tan consciente de la imposibilidad que jamás pensó en matarle ni en cuánto habría disfrutado matándole una y otra vez, hasta cien, sin reflexión ni acciones previas, con una leve presión hacia abajo. La vida tenía sus ritmos y en ellos se incluía el lento, lentísimo, del asesinato. El fundido en negro interminable. La imagen crecientemente brumosa. La agonía prolongada. Clac. Muerta.

17.2.12

Imagen.

por J. P. Lázaro.

Caminábamos juntos. Íbamos a la tienda de Manuel a recoger un par de excusas y un porvenir, ¿te acuerdas? Sólo nosotros podíamos, los demás estaban enredados en sus telas de promesa. Del cielo comenzaron a caer pequeñas gotas de nostalgia que nos mojaron un poco al principio. Tú tampoco dijiste nada, y nos fuimos empapando.

El cielo parpadeó y aquella extraña precipitación espesó hasta envolvernos, como si un mundo de ideas se desplomara sobre nosotros dos. Mirábamos y no veíamos nada. Escuchábamos tratando de oír en el estrépito. Buscando di contigo, te toqué el brazo y me pareció que estabas al otro lado del mundo, de este mundo que temblaba. Nos abrazamos confusos, resignados al miedo y a lo extraordinario de aquel suceso que bebíamos y que nos desbordaba. Y pude sentirlo: tu calor palpable, triste y agonizante, ciego como nosotros dos.

Apreté aquel abrazo de miedo en un intento vano por no perderte, pero hubo un momento a partir del cual ni siquiera podía mantener el equilibrio. Te perdí cuando perdieron mis pies el suelo, cuando mis brazos se arrastraron, cuando mis manos ya sólo asían recuerdos inútiles.

24.1.12

Burnout.

por Mikel Aboitiz.
- Blog La lengua salvada -.

Por fin quietas. Las agujas ya no avanzarían dictando las horas, oprimiendo, angustiando. Podría demorarse cuanto quisiera antes de la entrega. No más agobios y sudores. De pensar en ello le entró una risa floja que escondió tras la palma de la mano. Comprobó por encima del hombro que ninguno de sus compañeros (¿compañeros? ¡Sabandijas!) le miraba. Consultó de nuevo el reloj y arrancó a carcajearse sin disimulo. El tiempo estaba detenido: podía pasar de la entrega de las 14:05, 14:20 y... Se dobló de la risa. Le hicieron corro. Alguien sentenció con un deje de pena:
Se ha cargado el reloj.

10.1.12

Dientecillos

por El Impenitente.
- blog Los Cariacontecidos -.

Rosa e Isabel son dos hermanas gemelas que tienen siete años. Mi hijo, que tiene cinco, juega mucho con ellas en la calle. La gente me ha dicho que tenga cuidado, que estas niñas son muy especiales pues lo que más les divierte es jugar a hacer cementerios. Yo no he notado nada raro. Juegan como niños que son. Las niñas viven en la misma calle un poco más arriba y tienen un gato de nombre Dientecillos. A mi crío le gusta mucho el gato y me pide permiso para subir a casa de las niñas a jugar con él. No veo ningún problema. El gato debe de ser muy divertido y muy dócil por lo que me cuenta mi hijo. Una de estas veces que subió decidí acompañarle. Sentada al fresco en la puerta de su casa estaba la madre de las niñas.

-Buenas noches. Aquí venimos, a jugar con Dientecillos.
-¿Dientecillos? Pues no hace ya años que se murió el gato.

30.12.11

El negocio de enseñar

por José Carlos Iglesias

No había en todo el Instituto profesor como él, siempre sonriente y dispuesto a ayudar.
Sus clases eran amenas y era tal su influencia sobre los alumnos que todo lo que sugería se adoptaba como norma. Los sábados por la tarde quedábamos para echar un partido de baloncesto: la mejor forma de mantenernos alejados del botellón y los porros.
Los domingos por la mañana tocaba una ruta por el campo: botas, bocadillo y a observar pájaros.  Hasta que le dio los viernes por los talleres de consumo responsable. Nos enseñaba a ahorrar y a no despilfarrar para que después lo aplicáramos en casa.
Ese fue su gran error. Quien no tenía un padre empresario, tenía una madre dependienta o una tía vendedora. Pusieron el grito en el cielo y no pararon hasta cargárselo.
El último día de curso hasta el mismo director le puso mala cara. El negocio es el negocio, le dijo, y se fue a comer junto al resto de profesores, invitado por la editorial en cuyos libros aprenderíamos al curso siguiente.

16.12.11

Todos valen

(Reflexión de la burra del portal de Belén)

por El Zorro Volador.

Viendo que los pastores habían hecho lumbre y asado un cordero tierno para que la familia cenara caliente, que engalanados reyes extranjeros habían traído regalos costosos y deslumbrantes, y que hasta los ángeles se habían hecho presentes y cantaban alegrías tintineantes, aprovechando que el bebé volvía a llorar de frío, el buey le preguntó a la burra, con un mugido ahogado en vergüenza, qué pintaban ellos en aquel establo.

Él ha venido a nuetra casa -rebuznó la penca, sin saber que pasaban a formar parte del Misterio.

11.11.11

Pum.

por Petrarca.


Cada noche a las diez en punto, desde hace ya muchos años, alguien hace estallar un petardo en algún lugar cercano de la ciudad. El estallido irrumpe en casa durante las cenas y habitualmente se queda en ellas convertido en tema de conversación. Igual que el canario, cuando aún lo teníamos, o como esa pintura de la flor violeta que ahora cuelga donde estaba la jaula, allí donde se dirigen las miradas cuando no hay nada que decir. Cuentan que es un hombre viejo y que el petardo le sirve a ese hombre viejo para avisar a sus hijos de que la cena está lista –o, al menos, de que está en proceso de estarlo-, aunque también se ha dicho que es un modo de recordar a su esposa muerta. Si algún día no suena el petardo o si no lo hemos escuchado porque había algo que decir, luego, al primer silencio tras las diez en punto, alguien de la mesa suele echarlo en falta y dice que lo echa en falta y entonces hablamos, igualmente, del aviso para la cena o de la esposa muerta o de que no se sabe muy bien por qué.