Sin trama y sin final es el título de un pequeño ensayo de Anton Chéjov a propósito del arte de escribir. En este blog se publicarán relatos de menos de doscientas palabras. Quien se atreva podrá mandar su obra a nuestra dirección de correo electrónico: sintramanifinal@gmail.com. Espero que hagamos una buena colección entre muchos.



25.2.11

Un cuento de cuchillos.

por The driver.

Enjuga lágrimas de felicidad extrema y si se preguntara por qué desea llorar, no lo sabría contestar. Quizás te haya esperado bastante tiempo o sólo el suficiente y tu imagen, asesino, la conmueve. Ya la has matado tantas veces que no siente dolor. Entonces aparece la imagen de tu cuchillo que se clava en sus entrañas y deja brotar litros de sangre pura e inocente que sólo buscan saciar la necesidad de que el cuchillo se mantenga adentro. Es la primera vez que una víctima desea la muerte misma como camino a la salvación. Brota la sangre negra y mientras ella cae y se mancha en el charco de su prosperidad, vos te alejas bajo las sombras y te sentís vencedor invencible.

Juntar gota a gota la sangre será entonces lo único que la mantenga viva hasta el día en que decidas asesinarla de nuevo y entonces ella se deje matar, tan fácilmente que hasta cree que lo está haciendo mal.

22.2.11

Funeral.

por Chema Rodríguez.

Zánatos se retorcía con ostensibles gestos de dolor sobre un charco  de sangre. Varios desconocidos le habían propinado cuchilladas, mortales de necesidad, frente al número 13 del callejón Bios, a los pocos segundos, expiró.

A la capilla ardiente acudió una auténtica multitud de personas en nombre propio, y representantes de diversas instituciones. En los rostros de todos ellos aparecía perfilado un extraño rictus, muy semejante a una sonrisa. No sabrían explicar porqué se sentían extrañamente complacidos al observar que, dentro del féretro, tan sólo había una capa negra con capucha y una desafilada guadaña.

18.2.11

Apocalipsis.

por El zorro volador.
(Blog El zorro volador)

Tomábamos unas cañas de mediodía cuando la luz que entraba por las ventanas del bar se intensificó hasta dejarnos ciegos. Sorpresa aparte, no sentimos dolor. Una vez recuperada la visión, nos encontramos entre una muchedumbre desconcertada, cuyo murmullo iba en aumento. Estábamos sobre un acantilado. Las olas al romper sonaban como artillería pesada, sin embargo, el abismo era tal que el mar sólo se intuía. A lo lejos, culminando una escalinata, un trono blanco, desprovisto de adornos. Gárgolas sin ojos nos sobrevolaban, acariciando las cabezas con sus uñas de pizarra. "No temáis", susurraban en varios idiomas, "Es el Juicio Final". Dos de ellas pasaron portando al Entumido. "Lo que le faltaba", pensé. Nació contrahecho y creció avergonzado. Desde crío fue blanco permanente de nuestras burlas. “Nunca supo defenderse, el infeliz. Le está bien empleado”. Lo posaron sobre el trono, cuyo respaldo se alzaba hasta perderse entre nubes anaranjadas. Levantó una mano y las gárgolas acudieron. Sonrió.

15.2.11

Cien.

por Petrarca.

La próxima vez le daría cien besos. Cien justos. Así, le dijo, sería fácil sacar la estadística y descubrir la proporción con que le atraía cada parte de su cuerpo. Le adelantó que dedicaría el 70% de los besos a su parte frontal, el 20% a su parte trasera y el 10% restante a sus laterales. Pero añadió que no estaba seguro del todo y que, probablemente, convendría utilizar un rotulador para delimitar las zonas. A ella le entró la risa. Luego él le informó de que no sabría por dónde empezar, que quizá el instinto le llevaría a algún lugar entre la sien y la clavícula derechas... Pero que eso dependería. Luego estaría más claro: descendería, poco a poco, evitando las zonas comprometidas que, por supuesto, dejaría para el final. Otra duda importante era cuándo besarla en la boca. Él dudaba si hacerlo entre el 86 y el 90 o entre el 91 y el 95. Serían cinco, eso parecía claro. Una buena proporción -según su criterio- teniendo en cuenta que lo demás también estaría disponible. Ella cambió de tema sin preguntar dónde recibiría los últimos cinco o diez besos y la conversación se dirigió hacia sus vacaciones respectivas.

11.2.11

Otro tiempo.

por J. P. Lázaro.


A Raquel


Aún no entendía por qué le había dicho que sí y  pensaba la cuestión preocupado. Seguía sentado en la mecedora y con un libro de la mano. Un poemario que sólo una vez había abierto en toda la tarde. Ni una sóla estrofa terminada. Esa noche había quedado con su mujer para tomar unas copas por ahí, nada extraordinario salvo por su finalidad: recordar los viejos tiempos en los que empezaron a salir juntos.

Agua pasada, amigo, se decía con el libro cerrado pendiendo de la mano, abandonado. Dio un largo trago de la cerveza que tenía en la mesita de al lado y decidió que hablaría con ella en cuanto llegara. No recordarían viejos tiempos, aquel tiempo de felicidad comprimida, siempre a punto de estallar y que quedó muy atrás. Con la locura previsible del enamoramiento, cuando eran dirigidos hacia un fin que se les ocultaba entonces, desorientados.

Este otro tiempo, reposado, era mejor. Ahora se conocían. Tomó el libro de nuevo y leyó, satisfecho: Arrepintámonos de todo, amor, tengo un puñal que clavar en el centro de La Tierra.

8.2.11

La imagen.

por Jlin

Andaba yo barruntando qué sería aquello ¿Estaba vivo o era tan solo una triste engañifa, una patética ilusión de vida? Nada. Igual no era nada. Quién sabe, cosas más raras se han visto. Lo cierto es que tampoco sabía muy bien qué narices hacía yo allí, frente a aquel lo que fuese. Miraba, escudriñaba y me esforzaba tratando de desentrañar el misterio de la imagen que tenía ante mí. Una imagen que, por cierto, parecía tener tanto interés en mí como yo en ella.  En un momento dado me pareció oír un susurro, una silenciosa maldición blasfema, eco tal vez de la mia propia. Pese a mi reconocida gallardía debo admitir que un amago de temor, miedo incluso, trepó por mi espina dorsal mascullándome al oído que me fuera. Lo cierto es que no suelo hacer caso de las voces que resuenan en mi cabeza pero aquella vez hice una excepción,  di media vuelta y salí a toda prisa del cuarto de baño olvidando apagar las luces del espejo.

4.2.11

Metamorfosis.

por Chema Rodríguez.


-  A mi, sin duda, -le decía el ensayo a la novela, mientras tomaban unos marcapáginas en una biblioteca-  cuando más me gusta leer al género humano es cuando celebran el solsticio de invierno, y lo que ellos denominan “carnes tolendas”, que es cuando, respectivamente, se quitan y se ponen las máscaras que ocultan sus verdaderas intenciones.
-  Cierto -replicó la novela-, si los humanos no tuviesen esa enorme facilidad para mutar sus intenciones y comportamientos tal vez  dejarían de sentir la predilección que siempre muestran por nuestro buen amigo el cuento.

2.2.11

La contradicción.

por Álvaro Gómez Sastre
(La Puta Élite)


Al girar mi cabeza miré sus ojos penetrantes, llenos de fuego. El viento hacía bailar su melena de oro que rozaba mis mejillas caprichosamente. Observé su físico, sus músculos bien formados, su espalda marcando una estructura ósea perfecta, digna de un dios. No pude evitar sonreir, halagado, mientras una criatura tan hermosa me devoraba.